Un sinnúmero de factores motivó la Revolución de mayo, algunos ligados a hechos ocurridos en España, otros vinculados con sucesos acaecidos en América, algunos de tipo económico y otros, los más, de origen social y sicológico.
Yo quiero rescatar una causa de naturaleza humana, un requisito del hombre, exclusivo y determinante para desarrollarse como hombre, como ser inteligente y sensitivo con urgencias y destino, un ser con necesidades absolutas y únicas, un ser cuya esencia lo insta a tener un lugar en el universo, a luchar por él, a conquistarlo, a no permitirse perderlo, un ser que sólo vive plenamente si echó raíces en “su” lugar. Un ser urgido de arraigo.
Tanto los americanos de extracción foránea como el originario de América tenían el mismo menester: arraigarse en América. Los primeros, para finalmente echar raíces en el suelo conquistado por él para otros y hacerlo suyo, crear sus propias reglas, ejercer su mandato con libertad, desvinculado de toda otra soberanía que no sea la suya propia y los segundos, para reencontrar sus fuentes, recuperar sus tradiciones, expresarse en su lengua y encontrarse con esos dioses que sus antepasados les enseñaron a amar.
Para los españoles americanos se le complicaba el tomar decisiones ya que no todos intuían esta necesidad desde el mismo punto de vista, estaban aquellos para quienes todo seguía ligado al escenario europeo, en especial al de España, otros que veían que todo pasaba por un cambio mercantilista y sentían que el comerciar libremente les daba cimientos y raíces, eran los que defendían a los británicos y finalmente quienes querían una comunidad de iguales entre quienes repartir la tierra, que dejara de ser propiedad del rey para ser del pueblo. Esta última fracción quería una república que se fundara en la igualdad. Era el sueño de Moreno, Castelli, Artigas…Correría mucha sangre y años para que el arraigo tan soñado (yo diría que aún hoy estamos luchando por cómo decidir este dilema) se hiciera realidad.
¿Qué es el arraigo?
Es la manera de cómo el hombre se vincula con su espacio y su tiempo vital, de qué manera se relaciona con los otros y de cómo participa en la cultura de la sociedad en la que vive.
“Es una condición exigida por la propia naturaleza humana para que la persona pueda alcanzar su perfeccionamiento” definen Mihura, Vallege y Fabre.
El hombre si no tiene raigambre es un paria social, un condenado a la soledad y a la incomunicación. ¿Qué peor castigo que no tener aquello que su condición humana le exige?
Pongamos algunos ejemplos: ¿Cuál era el mayor y peor y castigo que un griego podía sufrir, más que la propia muerte? El ostracismo, es decir la pérdida del arraigo. Era aquello que lo alejaba de sus seres queridos, de su tierra, sus costumbres, para dejarlo a la deriva, en un mundo que no era el suyo, donde todo era una soledad errante y tristeza. (Edipo, Séneca)
Esta pena también fue puesta en práctica en otros países, en Rusia: donde Trotsky, fue desterrado (expulsado de su tierra) a Siberia; en Cuba: con Martí, desterrado a España.
En la literatura encontramos personajes que sufren el castigo del exilio, mencionemos a Dante, en la Divina Comedia, cuando al iniciar su camino debe superar su primera prueba: el destierro. Esta alegoría, aparece en el paso del mundo conocido (vigilia) al mundo desconocido (sueño). Dante es un desterrado de su mundo y debe alcanzar el máximo punto de sus habilidades y virtudes para poder regresar. La pobreza, segunda prueba, está unida al destierro, desde el momento en que en el mundo desconocido no cuenta con nada para defenderse y su pobreza es total. La pena a la que se sentencia a Raskolnikov por su crimen (personaje de Crimen y castigo, la obra de Dostoievski) es la del destierro a Siberia, en la obra Edipo de Sófocles, donde Edipo mismo, luego de matar a su padre, de dormir con su madre y de arrancarse los ojos, solicita como condena su propio destierro.
Otros ejemplos concluyentes los encontramos en la Biblia en el momento en que Adán y Eva son expulsados del paraíso como expiación por su desobediencia. También cuando Caín es condenado a andar errante y fugitivo sobre la tierra por matar a su hermano, tan grave es este castigo que Dios lo marca en la frente para que su sufrimiento no acabe con una posible muerte (ya que éste sería un castigo menor) sino que sufra un agravio peor, el del desarraigo. El quebranto del pueblo hebreo que luchó durante tantos años por su raigambre. El lugar de nacimiento del pueblo judío es la Tierra de Israel. Ahí se desarrolló una parte considerable de la larga historia de la nación, de la cual los primeros mil años están registrados en la Biblia; ahí se formó su identidad cultural, religiosa y nacional; y ahí, su presencia física se ha mantenido a lo largo de los siglos, inclusive después de que la mayoría fuera enviada por la fuerza al exilio. Durante los largos años de dispersión, el pueblo judío nunca cortó ni olvidó su lazo con la Tierra. Con el establecimiento del Estado de Israel en 1948, las raíces judías, perdidas dos mil años antes, fueron recobradas.
Habitar un espacio para el hombre significa que lo habita con toda su naturaleza, y necesita por lo tanto ocuparlo con todas las partes de su composición, cuerpo, alma, espíritu, en un tiempo que es el de su vida, dentro de un grupo social que le es afín y en una cultura compartida con la sociedad que lo acompaña (hábitos, costumbres, comidas, leyes, idioma, horarios comunes, etc.) En una situación tal podemos decir que el hombre demuestra que está listo para arraigarse. Es que ha encontrado “un lugar en el mundo” que lo hace feliz. Tiene un sentimiento de pertenencia.
El arraigo es una necesidad. Su carencia implica que el hombre adopte las actitudes precisas y fundamentales para conquistar lo imperiosamente pretendido. Desde la solicitud hasta la lucha, desde el deseo hasta la realización, todos los medios son viables para su reclamo.
Erich Fromm dice” El hombre carece de libertad en la medida en que todavía no ha cortado el cordón umbilical que lo ata al mundo exterior, pero estos lazos le otorgan, a la vez, seguridad y el sentimiento de pertenecer a algo y de estar arraigado en alguna parte”. Él manifiesta que si bien en esta etapa hay falta de individualidad, cuando se llega a ser individuo y se libera de estos vínculos primarios debe orientarse y arraigarse en el mundo de una manera distinta a la de la etapa anterior.
También menciona al arraigo, cuando se refiere a las necesidades sicológicas del hombre, quien en su orientación regresiva tiende hacia los lazos con la madre, los antepasados, la tierra, la patria, la naturaleza y la religión y en su orientación productiva tiene como meta la fraternidad, el humanismo universal. En otro punto explica que en la raigambre o pertenencia, las ideas, valores, normas le dan al individuo un sentimiento de comunión. (“Sobre las necesidades del hombre de E.Fromm, trabajo de E. Aguilar Jiménez”)
Por la necesidad de arraigo, existe la urgencia de libertad, es que no hay una sin la otra. No echamos raíces si no somos libres y no somos libres si no estamos arraigados.
Dice Mitre: “Simultáneamente, sin acuerdo entre las partes y como obedeciendo a un impulso ingénito (innato, natural), todas las colonias hispanoamericanas se insurreccionan en 1810 y proclaman el principio del propio gobierno, germen de su independencia y de su libertad”.
La historia estaba madura. Cada uno y todos los habitantes de América estaban listos para luchar por su espacio vital, por su libre determinación como sociedad y por la defensa de una cultura naciente. Es decir, estaban dispuestos a ser felices, a ser libres, a echar raíces.
En esta causa se implican, íntegra y consumadamente los héroes de nuestra independencia, San Martín, Miranda, Bolívar, O´Higgins, y tantos otros. Forman parte de la decisión de que, tanto el hijo de español, como el indígena, el criollo, el negro, tengan a través de la libertad y del arraigo, su trozo de identidad como pueblo y como individuo.
Jefferson declara,”… América debe ser la morada de la libertad”
Ahora bien, la situación del nativo ¿es igual que la de los demás? No. El nativo ya estaba arraigado y sabe, padece y soporta que lo estén privando de todos sus vínculos; sus lazos con la tierra, con el idioma, con la religión, con la vida. Por eso tiene actitudes de sublevación y rebeldía hacia el que intenta colonizarlo. No quiere que lo despojen del suelo del que siempre fue dueño, ni que destruyan sus ciudades; quiere, especialmente, seguir con las tradiciones de sus antepasados, la adoración a esos dioses tan unidos con la naturaleza y a los que siempre invocaba en sus pedidos, quiere comer sus comidas, bailar sus danzas y expresarse con su idioma y con su arte. En cambio el europeo, el conquistador, busca someterlo, dominarlo, esclavizarlo, intenta tomar sus dominios y sus bienes, cambiarle la religión, substituirle el idioma, avasallar su cultura, robarle riquezas y mujeres, quitarle su libertad y desvalorizar su vida, tomándola a cambio (muchas veces), de un collar, un vaso o una vasija. El nativo, en realidad, sufre por una erradicación compulsiva y violenta y es su deseo recuperar el vínculo que lo devuelva a sus raíces. Culpa al europeo de ello. Lo resiste. Sabemos de los muchos enfrentamientos indígenas, un duro ejemplo es la rebelión de Tupac Amaru que a su muerte continuó bajo la dirección de los familiares que lo sobrevivieron; otras en el noroeste argentino, Jujuy, el Chaco, los wichis, los chiriguanos, calchaquíes…Todos desconformes con el invasor, todos en reclamo de sus raigambres.
No menos exigente es el americano de origen extranjero, pero sus exigencias no son por pérdida sino por conquista, el desea encontrar su identidad, recrear sus costumbres, agregarle al idioma sus propias palabras, buscar en la falta de sus orígenes americanos, la creación de un vínculo con esta tierra. Porque él no es ni lo uno ni lo otro, no es aborigen y ahora, tampoco es español, ni africano, ni europeo. Es un desterrado en la tierra que habita y, aunque sea nacido en ella, no le pertenece por su origen sino por conquista (o por lo menos es lo que cree, porque en medio de todo eso hay un rey que lo domina y al que él ahora desconoce, un rey metido en medio de sus decisiones y de sus intereses y a quien él está dispuesto a rechazar). Busca echar raíces y todo aquello que va en contra de su emancipación no se lo permite, entonces toma la decisión más importante, pelear por esa libertad que le va a permitir desarrollarse como hombre. El germen del arraigo creció sobradamente en su espíritu de forastero (en realidad no es ni europeo ni americano) y es su prioridad fundar una patria (patria, lugar donde enterramos a nuestros padres), en esa tierra que desde hace tiempo habitaba, para que ella lo adopte, lo identifique, lo determine, lo proteja, lo ampare, le de identidad.
Y en la lucha por el mismo interés se encuentran. Criollos, nativos y españoles- americanos junto a mestizos, negros. Van a pelear brazo a brazo. Se unen en la necesidad de ser libres, pero a su vez no desechan las diferencias, las relegan. Y en ese clima de rechazo mutuo pelean con un enemigo mayor. Ya van a tener tiempo de pelear entre ellos.
Llama la atención que al redactarse el Acta de nuestra Independencia se hace en dos idiomas, español y quichua. ¿Para demostrar qué , vínculo o separación?
Creo que los mismos sentimientos de no sometimiento, no dependencia y no tiranía ayudaron a los propósitos de los héroes de nuestra independencia que no estaban en América (tal vez debería decir de nuestras independencias), ya que ellos mismos no se sentían españoles y que también deseaban la libertad (y el arraigo, ya que es imposible una cosa sin la otra) para fundar un sistema donde se respete la libertad y la voluntad popular.
Es en este punto, donde creo que la masonería se involucra con la causa americana. Son sus hombres quienes llegan a América con la intención de cooperar en el logro de sus fines.
Imbuidos todos con las ideas de libertad, igualdad y fraternidad participan en las directivas que organizarán las diferentes naciones del continente, y desde cada lugar, cada uno luchará por los propósitos de una estructura republicana en contra de toda tiranía monárquica europea.
Estos tres conceptos, libertad, igualdad y fraternidad, esenciales para el logro de la felicidad del hombre, son los principios que sustentaron la revolución francesa, la norteamericana y las diferentes revoluciones que sucedieron en Latinoamérica entre las que está incluida la de Argentina, una gran mayoría en el año 1810, como deja ver Mitre.
Se cumplen este año 200 años de aquel momento y la patria aún está fundándose, aún está buscando su arraigo, todavía hay que insistir en la unidad nacional, en los intereses comunes, en la noción de respeto mutuo, al prójimo y a la libertad de ideas. Quisiera que el propósito de esta celebración, se base esencialmente en la equidad, la tolerancia y la indiscriminación y tal vez logremos que el acta se escriba en un solo idioma ( ¿quechuallano? con el que todos nos entendamos. Aspiro a que el proceso de alquimia que nos está aleando complete la nación, fundiendo el alma del nativo con las de todos aquellos que por una u otra razón nos encontramos en este suelo en busca de nuestras raíces. El manifiesto de la Junta Americana por los pueblos libres dice “El bicentenario es una fuente de rebeldía y una oportunidad histórica para el reencuentro de los pueblos, para regar nuestras raíces, nuestros sueños de emancipación nacional”… “…recuperando las identidades arraigadas en los pueblos originarios…y en las múltiples inmigraciones”.
Juntos, para defender los mismos intereses. En libertad.
María del Carmen Romano
Marzo de 2010
El arraigo, una necesidad para ser libre
Autor: María del Carmen Romano
Profesión : Odontóloga
Email: mariaromano_15@yahoo.com.ar
Bibliografía
“La insurrección de Tupac Amaru” de Boleslao Lewin. Eudeba Bs Aires (1963)
“Retrato del colonizado” de Albert Memmi. Cuadernos para el diálogo. Madrid. España
(1971)
“El miedo a la libertad” de Erich Fromm. Paidós. Bs Aires (1962)
“Los condenados de la tierra” de Frantz Fanon. Fondo de Cultura Económica. México
(1961)
“Historia de la Argentina” de Ernesto Palacio . Abeledo Perrot. Argentina (1992)
“Historia de San Martín” de Bartolomé Mitre. La Nación. Bs Aires (1907)
Artículos varios de Internet
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